Crónica del desespero de una ciudad apagada: Maracaibo

Por Maibort Petit
@maibortpetit

Luce extraño estar vivo y deambular por las calles como si se estuviera muerto. Y es que una ciudad que siempre fue conocida y famosa por su alta temperatura, con un pueblo alegre y dicharachero, se transformó de pronto en un infierno fantasmagórico y horripilante. Así andamos aquí en Maracaibo, no sólo como consecuencia de los apagones —que ya ni sabemos cuántos van—sino porque pareciera que todos los males del planeta se juntaron en esta tierra que le ha dado a Venezuela toda su riqueza, dice Andrés Valero, un amigo que conocí hace años en Caracas y que el caos de la revolución chavista-madurista terminó «sembrando» en la capital del estado Zulia. Chateé con él, y su apesadumbrado relato me obligó a trasmitir su mensaje. He aquí la historia.

Perdidos entre las sombras 

Hace ya un buen rato que no se de ti, bueno, en realidad de casi nadie que no esté próximo a mí. La incomunicación en Maracaibo es casi absoluta. Cuando crees que has visto todo resulta que hay otro evento que te sorprende y te recuerda que el ser humano nunca deja de aprender. Salí a la calle porque me sentía encerrado en las cuatro paredes calenturientas y grises en las que se ha convertido mi casa. Sí. Mi hogar, ese que antes estaba lleno de luz y de alegría ahora es un templo de silencio y nostalgia.

Caminé por la 5 de julio, una avenida que siempre se caracterizó por la algarabía —y también hay que decirlo, por el caos— con gente que escuchaba música a todo volumen, en donde los muchachos siempre andaban por la calle, en la que los vendedores y el tráfico generado por los abusos de los choferes que paraban sus carros (por puestos) y autobuses a donde mejor les pareciera conformaban el panorama diario que se replicaba en cada calle y avenida de la ciudad. Eso ya no existe, amiga. Esa y casi todas las calles de Maracaibo, ahora son vías tenebrosas, tristes y polvorientas. Con basura por doquier, descuidadas y con pocas almas deambulando por las aceras destruidas por la dejadez de una mafia que se convirtió en gobierno y que destruyó a la ciudad, el estado, el país.

Comprar comida en el Zulia no sólo requiere de dinero —los billetes de 5, 10 y 20 bolívares del recientemente creado cono monetario al que el gobierno llamó irónicamente “soberano” ya son historia pues no los quiere recibir ningún comerciante ni establecimiento y, en su lugar, los de la misma denominación, pero del dólar estadounidense, ahora son los más aceptados y requeridos— sino que necesitas de una energía vital que yo creo que ya no poseo. Ir a comprar alimentos en la actualidad no es una búsqueda de la satisfacción de una necesidad, sino un reto para la creatividad y la fe de las personas. Te enfrentas a la hiperinflación, a la escasez de productos, (la mayoría son hechos en Turquía y sobre los cuales no hay información creíble sobre los ingredientes reales). Cuando compras comida en Maracaibo, te enfrentas a lo peor de un ser humano que busca de manera «depredadora» sacar el mejor provecho de esta hora menguada que vivimos los venezolanos. Los pocos que tienen mercancía (comida o medicinas) andan buscando sacar de los bolsillos quebrados de la gente «ganancias que superan el mil por ciento».

En mi recorrido por el espanto y la frustración, logré conseguir algunas verduras para comer y un pollo, luego de hacer una cola bajo el implacable sol y con un calor que te quema la piel —comenta Andrés, con una tristeza que se trasmite por el teclado.

Pagué por los víveres una verdadera fortuna. En otra época hubiese podido comprar un apartamento o un carro con el dinero que gasté en unas unas papas, zanahorias, lechugas y un pollo flaco y pellejudo. 

Otro problema que tenemos en el Zulia (y creo que en casi toda Venezuela) es la diferencia de precios existente entre el hecho de adquirir los productos con efectivo o a través de un punto de venta. Es que no contar con los billetes requeridos que permiten acceder a mejores precios, hay que comprarlo por un precio que es entre 125 y 300 por ciento más alto que su valor nominal. Los cajeros automáticos de los bancos sólo dan un mil bolívares (a veces 3 mil) —eso cuando lo dispensan, pues ahora suelen ser solamente un mecanismo de consulta— lo cual obviamente no te alcanza ni para comprar ni un pan campesino pequeño. Si por el contrario, tienes tarjeta de débito, entonces te toca rogarle a Dios que te permita comprar algo, porque como no hay electricidad, no hay teléfono, no hay punto de venta. Lo peor de este asunto son las colas que se hacen para pagar cuando en algún negocio se corre con suerte de que funcione el punto porque cuentan con una planta eléctrica o porque la visita al local coincida con el horario en el que el gobierno ha decidido enviar electricidad. Allí, en cada abasto, en cada establecimiento comercial, deben convivir a diario la impaciencia de la gente con la paciencia de los encargados de las tiendas encargados de hacer las transacciones de compra-venta en estas menguadas condiciones.


Basura y mal olor

Cansado de mendigar precios, sudado, pegajoso y agotado por el calor, decidí regresar a casa con mi minúscula «bolsita de mercado». 

Caminar en Maracaibo también se ha convertido en un reto a mis creencias. La esperanza y la fe deben enfrentarse a diario con imágenes en las que mendigos, indígenas hambrientos y la gente que deambula anda como zombies por las desoladas calles, te roban el aliento. Es como si de pronto todos nos hubiésemos convertido en protagonistas de aquella película protagonizada por Brad Pitt, “Guerra Mundial Z”, dirigida por Marc Foster. ¡Tú tienes que ver sus caras! Pálidas, con miradas apagadas por el hambre y la desesperanza, flacos… huesudos. Muchos hemos perdido mucho peso (yo voy por 23 kilos, parezco un esqueleto recubierto de piel).

La gente anda mal vestida —con chivas como decimos aquí— con zapatos rotos y usados hasta el cansancio, despeinados. Las mujeres —que antes andaban impecables con sus cabelleras coloridas y de peluquería— en su gran mayoría pasaron a llevar su pelo canoso, descuidado y despeinado. Un tinte “Alfaparf Alta Moda”, cuesta en oferta Bs. 15.000 el tubito, y el más barato, «Magicolor», lo consigues —con suerte— en Bs. 12.000, me había comentado ya con anterioridad otra amiga y que Alberto corrobora —desde su visión masculina del asunto— argumentando que “como comprenderás, cubrir las canas requiere mucho dinero que la gran mayoría no tiene”. Así tenemos, que las cabelleras blancas, descuidadas, han pasado a formar parte de la imagen que los habitantes de este ahora pueblo fantasmal exhibe en cada jornada que amanece.

La montaña de basura 

Caminando vi a un grupo de hombres quemando la basura, porque la compañía de aseo urbano no pasa desde hace mucho tiempo. Maracaibo tiene mal olor. El aire está contaminado, el calor pudre la basura y hace que el tufo de los desperdicios inunde con su hediondez el ambiente ya desolador que vemos a diario, ahora con el añadido del hedor que te revuelve el estómago. El humo por la quema de desechos que irrita los ojos de los pobladores, sirve para justificar y disimular los ojos rojos por el llanto que los zulianos ahogan cada día al constatar la triste realidad que los circunda y desespera.

Para colmo de males, con los sudores empedernidos y la falta de agua y jabón para bañarse, estamos sufriendo de enfermedades en la piel, que van desde sarna (algunos afortunados), sarpullidos, micosis, parásitos y otras que ni tienen nombres científicos. Ni hablarte del gentío que sufre de hongos, caspa, ladillas, piojos, candidiasis, herpes, urticaria, tiñas del cuerpo, acarosis, piodermitis, etc. Lo que te diga sobre este asunto es una mera aproximación. No hay palabras para describir la gravedad de la crisis de salud en Maracaibo (y toda Venezuela).


La contaminación y la falta de higiene porque no hay agua, hace que todos olamos mal, andemos sudorosos, pegostosos.


La inseguridad y los colectivos

Además de lo que te estoy describiendo, hay malandros pendientes de quien compra para robarles las bolsas, entonces hay que caminar con ocho ojos para evitar los asaltos o que te maten por un pedazo de carne o unas verduras. Los colectivos del régimen tienen tomada Maracaibo, están en todos los lugares con sus motos y sus armas de alto calibre dispuestos atacar a quienes se les ocurra manifestar. Omar Prieto, el gobernador del Zulia, ha representado una verdadera desgracia para este pueblo. Usa sus bandas delincuenciales armadas para callar a la población, para matarla, para someterla a su voluntad. He visto en los últimos días, a parte de los grupos terroristas patrullando las calles con sus armas, acompañados por unos helicópteros que vigilan desde lo alto. Son tan degenerados que hasta se atreven a lanzar bombas desde el aire a los muchachos que protestan por la falta de servicios.



El transporte público es un caos

Te preguntarás, ¿por qué no agarro un taxi o manejo para ir al supermercado? Te adelanto las dos respuestas por si tienes las interrogantes en tu cabeza. Los taxis ya casi no existen, son puros cacharros viejos, destartalados que cuando aparecen, «te quieren quitar hasta un riñón por la carrera». ¿Mi carro? No tiene batería, ni cauchos, ni frenos, le faltan las bujías, el radiador, y tiene problemas en el motor. Además, aunque el Zulia es un estado productor, la gasolina es un producto escaso que ya casi no se consigue por estos lares.

Y ¿ Las “chirrincheras o perreras”?


Estoy muy viejo para eso. Estoy flaco, fuera de forma y sin energía para ensayar el riesgo de tener que saltar para encaramarme en uno de esos vehículos. Ese «tipo de transporte» es única y exclusivamente para los más jóvenes y avezados.




Apagón, Apagón, «Maldito apagón»

Llegando a casa me consigo con un nuevo apagón. Bueno, no sé si es un apagón o racionamiento, pero lo que sea, se está cumpliendo a cabalidad (en lo único que el régimen es eficiente es en quitarle los servicios de electricidad, agua, transporte, teléfono e internet a los ciudadanos).  A estas alturas te confieso que no sé cuántas horas hemos pasado sin luz en Maracaibo.  Aquí poco se sabe si son días o semanas. La vida se volvió de pronto una penumbra permanente. Realmente no sabemos cuándo pasamos a un nuevo capítulo de esta novela de terror que estamos protagonizando los venezolanos.



Indescriptible 


En la casa no sólo falta luz, tampoco hay agua ni gas. Los apagones quemaron el televisor y un aire acondicionado. Sí, amiga. Para estar en el infierno no se necesita morirse, ni haber tenido una vida llena de malas acciones. Maracaibo se convirtió en el infierno. Cuando veía cómo los artistas y la religión pintaban el infierno con unas llamas y un calor atormentante, pensé que exageraban. Ahora creo que esas imágenes se quedan tímidas sofocante realidad que e viven en esta tierra. Con el clima de Maracaibo, con temperaturas que rondan entre los 37 a 40 grados centígrados, es difícil mantenerse vivo. No sólo es el calor, si no la humedad, los mosquitos, los zancudos y las enfermedades.


Por el calor y la delincuencia, en Maracaibo tampoco se duerme. La alta temperatura y el hampa, no permiten que uno cierre los ojos y descanse con tranquilidad. Muchos han arrastrados los colchones afuera de sus casas con la esperanza de agarrar un poco de aire fresco en las noches, pero el miedo de ser picado por arañas, alacranes o cualquier bicho, aunado a al pánico de ser atacado o asesinado por el hampa (tampoco se cuenta con la policía), hacen que las noches sean un total desespero, peores que los días.


La incertidumbre


Comunicarse en Venezuela es casi imposible. Las compañías de telefonía celular no pueden prestar servicios por los apagones. La empresa estatal Cantv, tampoco, pues la desidia del gobierno acabó con lo poco que quedaba de ella. Comunicarse por Digitel es un milagro. Estoy intentando pasarte este mensaje pero no sé si llegará. A veces intento por el teléfono de mi hermana que es de Movilnet que, por cierto, ya tiene por política que no podamos ni siquiera hacer llamadas, y el deseo de comunicarme contigo —o con cualquiera— solamente se convierte en una frustración más. Para que haya señal y se conecten datos es como si ocurriera un milagro. La odisea para cargar el teléfono da material para una película per se, en ese caso todo depende de los negocios que en ocasiones instalan plantas eléctricas y que sus dueños permitan que recarguemos «por caridad» o por algún trueque o dólares. A veces toca recargar los celulares en los carros, pero como la gasolina es un tesoro, «no por el precio, sino por la escasez», entonces la posibilidad de comunicarse es cada vez más incierta.


Sin noticias


Andrés describió escenas dantescas. Me dijo que las noticias son un lujo. «Saber algo aquí, tener una noticia en la que se pueda confiar y creer,, es cuestión del cielo. Hace ya ocho días de que mi hermana María y los niños se fueron a Perú. Salieron en medio de una escena de una película de guerra, pues lo hicieron en la madrugada y teníamos que alumbrarlos con linternas para que se vistieran y sacaran las maletas para meterlas en un carro viejo que los vino a buscar para llevarlos a Colombia, desde donde salieron. Por eso ahora la soledad se siente más grande en esta casa donde la algarabía de los niños es sólo un recuerdo. Al parecer nos vamos quedando más solos en este país cuyas calles parecen las de una ciudad acabada, en guerra, sin luz, sin agua, con colas para para comprar comida y gasolina —los que tienen carro pues el mío sigue dañado, como ya te dije— esto es la desolación. Cada vez estamos más solos y sin noticias. No me abandones tú también, por favor. Dime qué está pasando para enterarme si en algún momento restablecen la electricidad y puedo recargar el teléfono y leer tu respuesta.


Dime, ¿cómo mantenemos la esperanza?, ¿qué hacemos para seguir adelante?

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