La revolución sin consenso

Por Maibort Petit

Los cambios políticos y sociales que no coinciden con los principios y la cultura de los pueblos están destinados a un fracaso rotundo. Este tipo de procesos conlleva a crear frustraciones colectivas, las cuales generan, a la larga, respuestas de naturaleza violenta en contra de los que intentan obligar a la sociedad a aceptar una transformación del sistema, con la cual los ciudadanos, no se sienten identificados. Los operadores políticos, muchas veces, suelen divorciarse de la realidad social, en su empeño de imponer su criterio o proyecto personalista por encima de lo que la sociedad ha manifestado reiteradamente. La ausencia de consenso resta autoridad e incrementa las acciones coercitivas de las elites gobernantes, lo que lleva a las sociedades a una cadena de conflictos permanente.


Necesidad del Consenso como garantía de convivencia


Consenso significa estar de acuerdo, si bien no en todo, al menos en las líneas maestras que edifican el Estado. Consenso es contrario a disenso, que equivale al desacuerdo y por ende, a disidencia. La existencia de la disidencia es factor clave en las democracias, puesto que la misma contribuye al contrapesos de los poderes y conlleva a la alternancia en el poder de grupos que piensan distinto, tienen planes diferentes, y probablemente, visiones encontradas. En los sistemas políticos sanos, el gobierno acepta la disidencia como parte de las reglas del juego, muchas veces se ve obligado a negociar o confrontar con la oposición para lograr cumplir los objetivos.


A lo largo de la historia se ha demostrado que los cambios políticos y sociales que se generan en base al consenso de todas las fuerzas políticas y sectores de la sociedad, suelen mantenerse más en el tiempo, y propician un mayor nivel de satisfacción entre los ciudadanos. Cuando el grueso de los sectores están de acuerdos y convencidos que el camino tomado es el que mayor bienestar traerá al colectivo, normalmente se sostiene hasta que sus mismas bases experimentan agotamiento y propician así mismas, nuevas transformaciones.


El consenso es, entonces, una clave para evitar conflictos de gran envergadura. En los casos de sociedades democráticas, el consenso permite que, tanto mayorías como minorías, se sientan representadas en la toma de decisiones fundamentales que garanticen la convivencia en un ámbito de paz, respeto y armonía. Es decir, el respeto a la pluralidad de intereses y derechos que tienen los diferentes grupos que conforman el espectro social es el mecanismo que garantiza que exista estabilidad en un gobierno, y una oposición que pulse el disenso, en busca del sano equilibrio de las fuerzas. Ese antagonismo es el método ideal para controlar la mayoría que posee el poder y evitar los excesos.


Los gobiernos pierden el consenso


Existen líderes que llegan al poder mediante el consenso de las mayorías, pero una vez instalados en el gobierno, ejecutan políticas que rompen con las expectativas de los gobernados. Es, entonces, cuando algunos gobernantes irrespetan s sus los gobernados, y empiezan a imponer, de manera coercitiva sus criterios, violando la estructura institucional y legal que les permitió hacerse del poder y ganar la autoridad. Esa dinámica hegemónica lleva inevitablemente a la permanente confrontación de la sociedad política y al desgaste de la autoridad.


Inicio de la “revolución” y el extraño “consenso”


Es importante aclarar que Hugo Chávez llegó al poder por votación mayoritaria, y con el apoyo de importantes sectores de la sociedad. Para esa primera etapa, no se discutía en Venezuela en torno al socialismo, revolución vs. Democracia participativa. No. Se hablaba de un cambio de elites políticas y se un proceso de cambios en democracia.

Los votantes que apoyaron a Chávez en 1998 tenían razones diferentes. Buena parte lo hizo por convicción y porque creían en el cambio propuesto; otros, actuaron arrastrados por sentimientos de revanchismo, por pasiones encontradas, por frustraciones, mientras que otro sector( bien informado) lo hizo, única y exclusivamente, motivado por sus intereses personales, sin importarles que el eje de los “prometidos cambios” no respondía a valores civiles y democráticos sino a un oscuro proyecto personalista que arrastraría a Venezuela, nuevamente, al caos del militarismo y de la miseria ideológica. Este sector, poseedor de grandes fortunas y de medios de comunicación social se convirtieron en los cómplices de Hugo Chávez y de sus aspiraciones autoritarias.


Consenso elaborado con claroscuros


A lo largo de los meses de campaña de 1998 se manejaron varias hipótesis en los laboratorios de opinión del país. Primero apuntaron a la exreina de belleza, Irene Sáez quien finalmente defraudó a muchos empresarios por la ausencia de un buen discurso y por sus relaciones con Copei y sus dirigentes, que por aquella época era como juntarse con el mismito diablo. Luego, se fijaron en el teniente coronel que mostraba un discurso fogoso y una simpatía que era fácil de explotar a través de las cámaras. A partir de los meses de abril y mayo, enfilaron todas sus baterías para darle mayor vitalidad a Hugo Chávez para colocarlo como ganador en las encuestas a mediados del segundo semestre. Chávez empieza así a elevarse hasta llegar a las alturas, soportado en los hombros de muchos empresarios y dueños de medios de comunicación social. Buena parte de los periodistas también sucumbió al encanto del militar golpista quien dio muestras de excelentes condiciones histriónicas.


Astuto como una serpiente, Chávez fue capaz de hacerse de un “mediano” consenso generado por hombres de grandes fortunas, la sociedad civil que odiaba a los políticos de AD y Copei, y de las masas que esperaba cambios a su favor. Estos empresarios se transforman, por aquellos días en los grandes cómplices del candidato ganador, y del flamante presidente electo constitucionalmente mediante la carta de 1961.


Así, esos sectores aprovecharon la insatisfacción de la sociedad para generar un consenso inicial para el gobierno. No obstante, una vez asumido el poder, Chávez da inicio a la eliminación del sistema institucional, aprovechando su gloria. Con una Asamblea Constituyente mayoritaria y un congresillo que actuó al margen de la ley, Chávez elaboró a su antojo las primeras líneas maestras de su proyecto, al cual, obviamente, no estaban invitados sus cómplices iniciales.


Ese primer consenso del que gozó el gobierno no tenía bases sustentables en el tiempo, motivado, entre otras cosas, a la disparidad de criterios en torno a lo que se quería, o mejor, perseguía cada sector incorporado al “boomerang Chávez” y lo que el mismo Chávez ambicionaba codiciosamente. Definitivamente, en esta primera etapa no había una real coincidencia del criterio ni de ideología.


Por un lado estaba el protagonista militar, carismático y hablador, quien prometió cambios en la estructura político administrativa del país, sin especificar en la naturaleza, ni en el método que se iba a usar para lograr concretar proyecto personalista que posteriormente llamaría revolución socialista-bolivariana. Para los observadores inteligentes y bien informados, era muy difícil dejarse engañar por Hugo Chávez y su supuesto compromiso con la democracia. Este militar había dado amplias muestras de su comportamiento antidemocrático desde su ingreso a la Academia militar, y luego, en 1992, con una intentona golpista contra un gobierno constitucional. Aquel golpe fracasado contra la democracia, sin embargo, fue aplaudido por sectores que buscaban sustituir la elite política puntofijista.


El consenso de 1998 tuvo, entre otros protagonistas, a un gran número de empresarios de los medios de comunicación, quienes con muy escasas excepciones, le brindaron apoyo público al militar golpista, convirtiéndolo en el candidato favorito de los venezolanos, y sirviéndole directamente de plataforma política y publicitaria. Los empresarios de medios y la sociedad civil, junto a otros personajes de las clases opulentas se unieron para apoyar el cambio y enterrar, definitivamente, a las elites políticas tradicionales, que lucían agotadas e incapaces de dar respuestas satisfactorias a las demandas de un colectivo enfermo, desde la aparición del petróleo, de un clientelismo endémico preocupante.


Los grupos poderosos y la sociedad misma, inspirados en los valores culturales populistas y clientelistas buscaban un espacio político y además beneficiarse de la repartición “caprichosa” de la renta petrolera. Apostaron a Chávez creyendo que el teniente coronel se convertiría en el títere perfecto para manejar el país a su antojo. En 1998, Venezuela era un escenario de ciegos por conveniencia, de gente que se negaba a ver que Hugo Chávez era un hombre hambriento de poder y con un proyecto político personalista bajo la manga. Muchos venezolanos que poseían posiciones de poder, o jugaban un rol en la opinión pública parecían protagonista de aquel celebre Ensayo sobre la ceguera de Saramago, al no ver lo que estaba claramente expuesto ante los ojos del mundo.


Tras su triunfal llegada al poder, Chávez empezó a ejecutar su plan paso por paso, sin pedir opinión a nadie, y olvidando a los convidados de papel que le sirvieron de puente para llegar a Miraflores. Los empresarios y los dueños de medios vieron como sus apetencias se alejaban en la misma medida que Chávez se negaba a ser una marioneta de sus cómplices de las elecciones. Esos mismos sectores se convirtieron para Chávez en un obstáculo que había que eliminar, a toda costa, para lograr consolidar todas las etapas de su proyecto, labrado por años coordinadamente con la ayuda de Fidel Castro y de la añeja izquierda latinoamericana.


Poco a poco, Chávez fue dejando ver su bajo psiquismo, y su enorme capacidad de transformar la estructura del poder en Venezuela a su antojo. Ese consenso de 1998, entre la clase media, los empresarios y los dueños de medios se rompió hacia mediados del 2001, cuando era obvio que las aspiraciones protagónicas de los forjadores del consenso no tenían lugar en los planes de Hugo Chávez. Se sintieron burlados, “engañados”, y empezaron en coro a decir que se habían equivocado al creer en el cambio para beneficio del país. Hipócritamente intentaron convertirse en los nuevos factores políticos que se oponían a Chávez, tratando de manipular y de barajar la situación a su libre albedrío. Buena parte de aquellos entusiastas impulsores de Chávez se encuentran en exilio actualmente, apesadumbrados y atormentados por sus conciencias.


El Segundo consenso


En su maniobra, Chávez logró construir un nuevo consenso, esta vez más endeble que el del 98. Para este segundo estadio consensual usó otros protagonistas, empresarios sedientos de renta petrolera, profesionales que se sentía sin oportunidad en la otra Venezuela, profesores y militares corruptos que vieron el chance de llenar más aun sus bolsillos. Ese segundo acuerdo, frágil e inseguro, tuvo corta duración, pues a una crisis sobrevino la otra crisis, que generó enfrentamientos de todos los sectores que se negaban a permanecer pasivos ante la insólita y obstinada actitud de Chávez de controlar todos los poderes, sin importarle ni las leyes, ni la constitución. Las lujosas oficinas que le sirvieron al candidato Chávez de soporte y las fortunas que generosamente le otorgaban recursos para llevarlo al poder empezaron a ser acariciadas por “la revolución” que, luego de trastocar todas las instituciones del país, penetrándolas y controlándolas, decidió ir por los bienes de la oligarquía, que bien había podido contabilizar en los meses de campaña y los de los primeros meses de gobierno, cuando aun existía la luna de miel entre Chávez y sus cómplices.


La segunda tanda de colaboradores de Chávez se sintió por momentos infalibles, seguros que si permanecían fieles al caudillo, se salvarían de su furia revanchista y gozarían de su bondad por siempre. No obstante, ese frágil consenso se rompió tras el avance del proyecto político y nuevamente los protagonistas, fueron enviados al exilio o a la cárcel. Lo cierto es que los colaboradores de Chávez repitieron lo que sus antecesores hicieron a la hora de salvar su responsabilidad en el desastre nacional que ha generado la presencia de Hugo Chávez en el poder. La crisis que vive Venezuela tiene caras conocidas, que aunque aparenten ser líderes luchadores de la oposición, con expedientes “blancos” y miembros del grupo de “los engañados por el comandante”, siguen siendo responsables. Muchos de ellos son artífices de la tragedia que hoy nos consume como pueblo. Esos cómplices de ayer, se cuelan entre las rendijas opositoras de hoy, buscando nuevamente su entrada a la escena, aprovechando las revueltas que se han generado tras la reaparición de las opciones contrarias al chavismo en el panorama posterior al 26 de septiembre de 2010.


Hay que recordar que muchos de aquellos hipócritas están ahí esperando un lugar, por lo que hay que estar pendientes para desnudarlos en su nuevo intento de recuperar los privilegios perdidos con la desgracia de la revolución y desgobierno.




En nuestros días, Hugo Chávez cuenta con un precario apoyo que solo existe gracias a la renta petrolera. Los que se benefician de ella van a buscar cobijo en el otro sector si llegaré a cambiar el panorama en el 2012. De seguro, vamos a verlos disfrazados de corderos luchando por “los intereses del pueblo venezolano” otra vez, haciéndose los inocentes, y siempre dispuestos a sacrificarse para recuperar la democracia. A esos, al igual que aquellos que en silencio han sacado aprovecho de la revolución y le han apoyado a Chávez calladitos, HAY QUE SENALARLOS Y EVITAR A TODA COSTA QUE VAYAN A GOZAR DE BUENA SALUD EN UN FUTURO DIOS QUIERA CERCANO.